Hoy hace cuatro largos meses que te fuiste hija mía. Sigo escuchando tu risa en mis tardes solitarias, sigo esperando tus mensajes en el chat familiar alusivos a la mamá regañona que tu decías que yo era, sigo esperando a que suene el teléfono para escuchar tu voz, aunque siempre que sonaba el teléfono me ponía nerviosa, no fuera a ser que estuvieras en aprietos, y yo tan lejos de ti. Sigo emocionándome cuando veo algo que te gustaría ver, y sintiendo de inmediato una punzada en el corazón cuando caigo en cuenta que ya no estás para verlo. Sigo recapitulando todo el suceso desde un día antes de tu muerte, nuestras llamadas, lo último que nos dijimos, los acontecimientos tan dolorosos de recordar, y la impotencia por no haber podido impedir tu muerte. Sigo esperando a que de repente suene la alarma despertadora y que todo esto haya sido un sueño, y fuera corriendo a tu cuarto y encontrarte ahí dormida. Quiero platicarte que me ha costado mucho trabajo aprender a vivir sin ti, sobre todo porque yo ya me hacía abuelita de un hermoso bebé tuyo, y fue tan repentina tu partida que me duele doblemente. He pasado horas y horas en terapia, en meditación y en oración, he pasado muchos momentos peleándome con el destino y reclamando con enojo el por qué te tuviste que ir, pero en estos cuatro meses he construido una forma muy particular de funcionar, ya que es como si me hubieran cortado las piernas y tuviera que volver a aprender a caminar. He diseñado estrategias para poder seguir adelante de la mejor manera posible, y una de ellas es pensar que regresé el tiempo a cuando estabas dentro de mi, cuando todavía no te engendraba y eras parte de mi ser, siento y quiero pensar que estás nuevamente en mis entrañas y que a través de mi ves el hermoso mundo que me rodea. Quiero pensar que me escuchas cuando te platico mis cosas y que te ríes de mis tonterías como cuando nos reíamos juntas y hacía cosas para hacerte reír, sabes, lo que más extraño es tu risa.
Todo ha cambiado desde tu partida, ahora me doy muy bien cuenta de que la vida es prestada y que en cualquier momento se termina, me enseñaste a valorar más los momentos junto a las personas que amo, a no darle tanto valor a las cosas materiales y a no tomarme la vida tan en serio. Me enseñaste a amar a la distancia aún sin poder verte ni escucharte y que mi amor siga intacto. Me enseñaste a recuperar mi fe y reconciliarme con mis seres de luz, y sobre todo me enseñaste y me sigues enseñando a ser la mamá de una niña mujer maravillosa que dejó un gran legado en este mundo. Te amo mi princesa!!!
Anna Azuara